21 febrero 2013

¿Por qué los españoles somos biológicamente incapaces de entender el baseball?


Via http://www.revistagq.com
Derek Jeter
.- No es cierto, como claman los tradicionalistas, que en España hayamos acabado por importar, vía pantallote de cine, todas las costumbres estadounidenses. Los agoreros patriotas, esos que pronuncian "piksa", en vez de "pizza", de forma violenta y despectiva, esos que organizan batidas para cazar papases noeles por el cielo, y que lanzan calabazas de halloween molotov contra los escaparates del McDonald's para purificar el Día de Todos los Santos y el cocido madrileño, esa gente digo, aún puede levantarse por la mañana y sonreír tranquila, porque aunque se asomen a su ventana con un telecopio Hubble no avistarían ni un solo campo de baseball ni un solo padre lanzándole bolas al guante de su hijo. El baseball, señores, jamás arraigará en España.
Yo, personalmente, le veo un par de ventajas al baseball: esos guantes gigantescos y deformes, como de mano aplastada por un piano de dibujo animado, y esa aburrida paz alienada que transmite su público entusiasta e ingenuo. El partido de baseball es picnic y yoga y botellón y siesta y mirar a las musarañas todo junto. El partido de baseball es valium, porque cuando no te importa gran cosa lo que ocurre sobre el campo, es más fácil evadirte ya no sólo del partido, sino de la galaxia en general.
El partido de baseball es picnic y yoga y botellón y siesta y mirar a las musarañas todo junto ”
Y es esta es precisamente una de las razones por las que nunca podrá triunfar el baseball en España, por más que sepamos que Joe Di Maggio fuera amante de Marilyn Monroe.

En España, el público busca desahogarse en el estadio de manera más directa y visceral.Nos falta sensibilidad escenográfica como para disfrutar de un espectáculo en el que hombres vestidos con pijamas retros muy ceñidos rodean ritualmente un campo en forma de diamante. Y no somos país de metáforas. En el baseball, el rival se elimina sutilmente y con paciencia evitando que golpee la pelota o boqueándole una base. En fútbol basta con romperle la pierna al contrario, meterle el dedo en el ojo, ponerle nervioso tocándoles la pelotas en un córner o incluso fingiendo un penalty. El homerun, me temo, es algo que no se puede fingir.
Derek Jeter
Otra razón por la que no triunfaría, es nuestro rigor mortis institucional a la hora de bautizar a nuestros equipos: Reales, Atléticos, Clubes, Sociedades Deportivas, nombres que leídos del tirón suenan a consejeros de banca vestidos con zapatillas y calcetines blancos. Nuestro innato sentido del ridículo –a día de hoy, la única característica de peso que mantiene unido al país–, nos impediría disfrutar de una liga en la que los equipos se llamaran, por ejemplo, los Gatos de Malasaña, Los Abanicos de Triana o Las Zamburiñas de A Coruña. Este miedo al apodo burlón entronca con nuestra milenaria tradición de hidalguía venida a menos. A falta de reales, nos aferramos a los títulos para mantener la farsa de poderío.
Luego está el tema de la falta de paciencia y de esa visceralidad enfermiza que los intelectuales del norte bautizaron con el eufemismo de pasión. Si uno es capaz de estrangular a la anciana de actualiza la libreta en el cajero del banco (y no lo hace por miedo a las cámaras de vigilancia, y porque tienes tanta prisa que no merece la pena), qué no serías capaz de hacer en un estadio mientras contemplas al tipo en pijama colocándose la gorra, escupiendo al suelo, barriendo el polvo con la zapatilla, probando escorzos inverosímiles y un punto ridículos antes de animarse a lanzar la pelota. Habría una explosión de violencia entre le público y gritos de ¿qué cojones haces?, tira la pelota de una puta vez, mamarracho”.
El baseball implica también costumbres bárbaras imposibles de importar, como que el padre de familia regrese a casa a las 6 de la tarde para echar una bolas con su hijo en el jardín antes de cenar maíz y un vaso de leche.En España, el padre regresaría a las 10 de la noche y en caso de poder salir antes, preferiría irse de cañas con los amigos, por no hablar de que en los pisos de colmenas de la M-30 no hay jardines unifamiliares de césped mullido.
Dicho todo lo cual, una duda terrible me asalta: ¿por qué entonces hay viejos jugando a la petanca en los parques?
Via http://www.revistagq.com/

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