07 septiembre 2013

La puerta de atrás en la pelota Cubana, Sin finales felices


Ariel Pestano ha anunciado que deja el béisbol y viejos fantasmas regresan para recordarnos que la pelota cubana ha sido esencialmente ingrata con muchas de sus más encumbradas figuras. El mismo novato endeble que enseñó temprano de qué estaba hecho cuando decidió como emergente un campeonato espectacular ante Industriales, completa 20 años después su particular cuadratura del círculo con otro batazo decisivo y un nuevo título; pero no puede escapar a esa suerte de maldición que ha condenado a tantos jugadores de élite a despedirse por la puerta trasera. 

Ariel Osvaldo Pestano Valdés es seguramente el mejor receptor cubano de todos los tiempos, aunque su impresionante historia en la posición más difícil del béisbol no ha sido suficiente para que el villaclareño diga adiós de la manera que habría soñado. Su ausencia en el III Clásico Mundial y su exclusión arbitraria de las últimas selecciones nacionales le han empujado por el mismo sendero de amargura que ya conocieron antes peloteros de similar valía. 

Al parecer, no existen finales felices para los números uno de nuestro deporte nacional. La historia cambia de guionista, pero sostiene un inamovible argumento: los mejores terminan por ejecutar ese curso de colisión que aparentemente tienen marcado de antemano con el ego desmedido de algún “decisor” y, desde ese momento, sus días están contados. Víctor Mesa, Lourdes Gourriel, Omar Linares, Orestes Kindelán, Antonio Pacheco, Germán Mesa, Pedro Luis Lazo y Ariel Pestano, entre otros, aportan sus ilustres nombres a la extensa lista. 

Se trata, nada menos, que del pelotero más espectacular que hayamos visto en seis décadas y del bateador más oportuno que vistiera la camiseta de la Selección Nacional; hablamos, también, del más completo y por mucho el mejor antesalista, del líder histórico en jonrones e impulsadas, del mejor camarero, del torpedero más brillante, del lanzador más ganador y, como ya adelantábamos, del receptor que casi todos aceptan como el más grande. 

Catástrofe en los 90 

Para Víctor Mesa y Lourdes Gourriel, el final llegó disfrazado de estrategia de renovación, cuando allá por mediados de los años 90 un grupo de burócratas con suficiente poder decidió que la generación más gloriosa del béisbol cubano debía ser podada y varios de los hombres que habían protagonizado una década de oro fueron forzados a retirarse de los diamantes. Los Juegos Panamericanos de Mar del Plata y la Copa Intercontinental de La Habana, ambos torneos en 1995, marcaron la transición y dieron fe de uno de los mayores errores que se hayan cometido en la historia de siglo y medio del deporte de las bolas y los strikes en la Isla. 
Jorge Luis Valdés sufrió una inmerecida salida de los clásicos cubanos.
Los retiros masivos de 1996 se convirtieron en la apoteosis de una era gris bajo el mando de Domingo Zabala. Fuera de los diamantes quedaron uno de nuestros más grandes jardineros centrales, el tunero Ermidelio Urrutia; el mejor lanzador zurdo del béisbol cubano más reciente, el matancero Jorge Luis Valdés y, junto a él, el actual número dos entre los primeros jonroneros en Series Nacionales, el también yumurino Lázaro Junco. Aquel increíble despropósito desmembró además a una de las ofensivas más temibles de finales de siglo, la del poderoso equipo Habana, con toleteros como Romelio Martínez, Pedro Luis Rodríguez, Juan Carlos Millán y Gerardo Miranda alejados del deporte activo. 

Antes, otros habían sufrido atropellos semejantes. Hombres de la talla de Armando Capiró, Pedro José Rodríguez y Rey Vicente Anglada, entre otros, debieron poner fin a sus carreras en medio de polémicas de todo tipo, siempre rodeadas de especulaciones, muchas veces de injusticias, y en todos los casos de la prepotencia y la estupidez de unos pocos. 

Nuevo milenio: fin de los tiempos felicesPLLazoenMexico 

Tras la catástrofe de los 90, el núcleo superviviente del Equipo Nacional vio llegar su hora negra con el inicio del nuevo milenio. En el paisaje mundial, los jugadores profesionales dibujaban una nueva era, cuando otra renovación dio al traste con la continuidad internacional de Linares, Kindelán, Pacheco y Germán. La Copa Mundial de 2001 en Taipei de China fue el punto de no retorno para el célebre cuarteto, último vestigio de una grandeza que mucho se añora. Puestos a escoger entre el ostracismo del campeonato doméstico, sin derecho a vestir el uniforme de las cuatro letras, y un conveniente paso a un lado que les llevaría hasta el béisbol japonés, los cuatro íconos de la pelota nacional se fueron a tierra asiática a obtener, desde lo económico, una ínfima parte del reconocimiento y el respeto que les fueron negados por parte de quienes regían los destinos del deporte en Cuba. 

Con todo un ciclo cerrado y enormes interrogantes en el horizonte, otros actores debieron tomar el relevo de los grandes. El pinareño Pedro Luis Lazo se convertiría con rapidez en uno de los que no desentonó a la hora de asumir el relevo y su actuación en el primer Clásico Mundial terminaría por consagrarlo como el gran referente del pitcheo cubano en el nuevo siglo. Detrás del home, una verdadera aspiradora humana recibía con maestría y se daba a conocer ante el béisbol mundial, magnificado por los focos del más fuerte evento internacional efectuado hasta aquel 2006. Reluciente en la espectacular vitrina que fue el primer torneo en el que tomaron parte muchos de los mejores jugadores profesionales del mundo, Ariel Pestano arrancó elogios de todos y las comparaciones lo situaron en el nivel top de la pelota mundial, las Grandes Ligas estadounidenses. 

El pinareño y el villaclareño se erigieron pilares del sorprendente equipo Cuba, subcampeón de la primera edición del Clásico; pero las glorias vividas en el Hiram Bithorn, de San Juan, y en el Petco Park, de San Diego, no tardaron en quedar lejos. Dos años después, el fracaso en los Juegos Olímpicos de Beijing abrió a lo grande un ciclo de sinsabores que aún no se cierra. 
Pedro Luis Lazo a tardía edad aún hace estragos en la Liga Mexicana de Béisbol.
Entre las muchas derrotas sufridas desde entonces, no pocos recuerdan la del Premundial de Puerto Rico, en octubre de 2010. Sin embargo, no fue el revés ante un veterano y excelente equipo de República Dominicana lo que marcó la aventura en tierras boricuas, sino el incidente que involucrara a Pedro Luis Lazo y Frederich Cepeda, y que marcó el fin para el “Rascacielos” de Vuelta Abajo, al tiempo que estuvo a punto de terminar con la carrera del espirituano. 

Las muchas versiones de lo acontecido en Borinquen hablan de una reunión informal con los ex lanzadores Maels Rodríguez y Eddy Oropesa en la residencia del salsero Gilberto Santa Rosa. Tras el regreso tardío a la concentración del equipo, cuando las alarmas habían saltado ante la posibilidad de dos deserciones que hubieran sido demoledoras, el máximo dirigente del béisbol nacional, Higinio Vélez, habría proferido acusaciones muy graves hacia los dos peloteros y se habría pronunciado por una presumible “separación definitiva” de los terrenos de juego. El resultado posterior es ampliamente conocido: Cepeda, tras anunciar su intención de abandonar el deporte activo, fue convencido por importantes dirigentes del país y regresó a los diamantes con los Gallos de Sancti Spíritus; mientras Lazo se mantenía firme en la ya anunciada idea de poner fin a su carrera en Cuba. 

El autor de 257 victorias en campeonatos nacionales, el único pelotero del mundo presente en cuatro finales olímpicas, el ganador de 14 de los 19 títulos que disputó en la arena internacional, dijo adiós dolido e indignado, tras una carrera de 20 Series Nacionales que se inició con los Forestales de la temporada 1990-91, y luego de 15 años en el equipo Cuba, desde que debutara en los Juegos Panamericanos de 1995. 

El considerado por muchos mejor lanzador cubano desde 1960, no tuvo la suerte de Ariel Pestano, a quien la vida le permitió escribir su propia despedida. La escena de su terminante jonrón ante Matanzas en el último partido de la 52 Serie Nacional tuvo algo de simbólico y un toque de justicia divina, aunque solo sea una fina capa de maquillaje en el rostro ajado de un deporte que ha perdido poco a poco su memoria, en manos de personajes incapaces de comprender su verdadera grandeza. 

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