Por Sam Alipour
ESPN The Magazine
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Esta historia aparece en la edición del 1 de abril de ESPN The Magazine.
MIGUEL CABRERA, EL JUGADOR MÁS VALIOSO REINANTE DE LA LIGA AMERICANA y el primer ganador de la Triple Corona del béisbol en 45 años, está enfadado conmigo.
Él no dirá nada. De hecho, lo negó cuando le pregunté, directamente, cara a cara, durante el almuerzo en Fort Lauderdale, Florida, en febrero. "No estoy enojado", murmulló el tercera base de los Tigres frunciendo los labios a pesar de que el resto de su comportamiento -- sus brazos doblados fuertemente sobre su barriga, sus ojos fijos en sus tobillos cruzados, su fornida espalda recostada tan abajo en el asiento que se necesitaría de un 'bulldozer' para moverlo -- insinuaría lo contrario.
Antes de arreglarmelas para que una de las estrellas más consumadas del deporte estadounidense se molestara conmigo, Cabrera había estado abierto y animado en compartir su trayectoria desde los terrenos empedrados de Maracay, Venezuela, hasta su más reciente temporada estelar. Esto viniendo de un hombre que, absolutamente intrépido en la caja de bateo, es también ferozmente protector de su privacidad y en rara ocasión se abre delante de alguien fuera de su pequeño círculo de familiares y amigos. Cabrera me confió su historia en parte porque él ha llegado a conocerme, a mí y a mi propia historia americana. Al igual que Cabrera, mi familia migró a aquí desde un lugar lejano, aterrizando en el limbo -- ya no éramos parte de nuestro viejo mundo, pero tampoco nos creíamos parte del nuevo. Por un breve tiempo, estuve adentro de su burbuja. Ahora estoy siendo empujado hacia un lado por su guardián, quien es o muy paranoico o legítimamente furioso, dependiendo su opinión sobre mi crimen: preguntarle acerca de sus pasados problemas con el alcohol.
"No te enfades, Miguel".
Él no me responde. La entrevista finaliza. Con 30 horas restantes en mi recorrido por el mundo de Cabrera, mi anfitrión no me decía más que "hola" y "gracias". Y en ninguno de los dos casos Cabrera me miraba a los ojos.
Andrew Kaufman para ESPNPara los extraños, Cabrera es un hombre de pocas palabras y rara vez toma confianza.
EN UNA HELADA mañana de enero en Detroit, una guagua llena de jugadores de los Tigres esperaba fuera del hotel donde se hospedaban. Este equipo se iba en marcha a la Caravana de Invierno, un evento anual para saludar y conocer a los fanáticos en diferentes puntos alrededor del estado. Estamos todos esperando por Cabrera.
Él se ha ganado el tiempo de gracia, por supuesto. Con 29 años está viniendo de una de las temporadas más geniales de la era moderna del béisbol, habiendo liderado a los Tigres para terminar segundos en la Serie Mundial además de convertirse en el primer jugador desde Carl Yastrzemski en el 1967 de dominar la liga en jonrones, carreras impulsadas y promedio de bateo. Y esa sagrada Triple Corona es solamente la más reciente adición a una colección deslumbrante de logros -- siete veces seleccionado para el Juego de Estrellas, dos títulos de bateo, dos títulos de jonrones y una Serie Mundial victoriosa acumulados en 10 años de carrera que ha hecho que Cabrera se ganase cada centavo de su contrato por $152 millones al igual que la admiración de sus pares, quienes en noviembre lo votaron el Jugador del Año.
Ahora todos los ojos están puestos sobre Cabrera, quien llega unos minutos tarde, vestido con un abrigo encapuchado negro y pantalones anchos. Un miembro del personal de los Tigres facilita una introducción. "¿Qué hay, Miguel?" Yo aúllo. "Hola", me contesta. "Parece que te voy a estar molestando por un tiempito", añado. "Gracias", me dice. Eso es todo. Cabrera le choca la mano a sus colegas y pide sentarse en la parte de atrás. Yo me siento cerca del frente.
He sido advertido de que, para los desconocidos, Cabrera es un hombre de pocas palabras. Repudia las entrevistas y rara vez entra en confianza con gente extraña. Igualmente, los representantes de Cabrera sintieron que con todo su éxito reciente, el momento era el adecuado para un perfil con acceso ilimitado. Pero primero, me advirtieron, tendría que hacerme agradar. Es por eso que estoy en Detroit -- para ser agradable.
Con Cabrera inaccesible, me puse cómodo con el jardinero central, Austin Jackson, y le pregunté acerca de la timidez de su compañero de equipo. "Es gracioso escuchar que es tímido", dijo. "Con nosotros él es todo lo contrario -- cada día llega con una sonrisa y una buena actitud". Justin Verlander concuerda: "Es un poco reservado, pero una vez que lo conoces, es un muchacho muy jovial". Añade el gerente general Dave Dombrowski, quien conoce a Cabrera hace 14 años: "Nos gustaría verlo retirarse siendo parte de los Tigres. Es un gran jugador, pero de la forma en que se maneja, su sonrisa, la manera como se comporta con los más jóvenes -- él representa a la organización de una buena manera".
El consenso es claro: Cabrera es un muchacho juguetón que juega al béisbol con una alegría desenfrenada, pone a su familia antes que al equipo, respeta a sus compañeros de equipo y le encantan los niños. Pero odia ser el centro de atención.
Desafortunadamente para él, eso es exactamente de lo que se trata la Caravana de Invierno. Su segunda parada es en el North American International Auto Show, donde al área de exposición de General Motors pulula de gente ansiosa de preguntarle al callado Tigre algunas preguntas. ¿Cómo se siente ser el Jugador más Valioso? "Formidable". Ellos ríen. ¿Cómo fue el moverte a tercera base? Cabrera señala a sus ahora anchas ojeras. "¿Ven mis ojos?" Ellos se ríen más.
El cambio de Cabrera a tercera base la temporada pasada para acomodar al entrante primera base, Prince Fielder, fue un gran éxito con los locales. Un primera base desde el 2008, Cabrera comenzó a entrenar para su nueva posición inmediatamente tras la firma de Fielder el pasado enero, quedándose hasta tarde para atrapar roletazos durante el entrenamiento de primavera. " Ese tipo de sacrificio por el bien del equipo cae bien a la gente, especialmente en un pueblo de obreros como Detroit", dijo Andrew Travis, un fanático de 27 años. Nadie lo apreció más que Fielder. "Para una superestrella hacer lo que él hizo por mí, ellos tienen que tener la confianza en sus habilidades y estar dispuestos a trabajar duro", dijo Fielder. "Por siempre voy a estar agradecido por el sacrificio de Miguel".
Es por esto que los Tigres adoran a Cabrera. "Comienza con el hecho de que es un gran muchacho", explicó el manager, Jim Leyland, "pero no te creas -- estos jugadores son lo suficientemente inteligentes para saber que están jugando con uno de los mejores jugadores de todos los tiempos. Eso es parte de la ecuación".
Aún así, pocos de los compañeros de equipo de Cabrera realmente lo conocen. Incluso con Verlander, su compañero de equipo de cinco años, Cabrera tiende a lo incómodo. Viajando en una SUV con chofer en un punto de la Caravana, vi a los dos hombres sentarse en un silencio absoluto por casi 10 minutos, el toletero jugando con su celular. Finalmente Verlander lanzó un comentario para romper el hielo: "¿Qué estás viendo?" Ninguna respuesta. Un insoportable minuto después, Miggy misericordiosamente le ofreció al pitcher su celular. En la pantalla había una imagen del bebé varón de Cabrera, con un diminuto bate en sus manos. Verlander se rió efusivamente. "Eso está genial", dijo. En el show de autos, el resto del equipo se dispersó para babearse con los últimos modelos. Pero Miggy no podía parecer más aburrido. "¿No eres fanático de los autos?", le pregunté. "No", me contestó Cabrera. Yo coincidí: "Es perder el jod&%# dinero". Asintió. "Dices muchas palabrotas", me dijo. ¡Rayos! Primer strike.
Eventualmente Cabrera ve algo que le gusta, un Jeep Wrangler Sand Trooper. Mi auto en la secundaria era un Wrangler del '92, y le digo, "a las chicas les encantaba esa mier#@". ¡Ups! Strike dos. Estoy frito.
Pero esperen -- Cabrera está sonriendo. Entonces lanza al aire una pregunta de la nada: "¿Practicas el tiro con arco?"
ES UN TIBIO día de invierno en Fort Lauderdale, dos semanas después del viaje a Detroit, y Cabrera está mirando fijamente a un venado sintético en el Bass Pro Shops. Alza su arco de poleas y deja ir a la flecha de fibra de carbono.
THWAP.
Le da al venado en su "punto débil". Si hubiese sido de verdad, estaría muerto. "Mejor", le dijo Cabrera en español. Está contento.
El itinerario para nuestros dos días juntos es impreciso, pero incluye una entrevista durante un almuerzo, cena con la familia Cabrera y tiro con arco, el más reciente pasatiempo de Cabrera. Solía jugar al golf. No disfrutaba del golf porque jugaba pésimo. Miggy es un gran arquero. A Miggy le encanta el tiro con arco.
Andrew Kaufman para ESPN"Él es un gran chico", dijo su manager Jim Leyland.
Cabrera no sobre piensa en el tiro con arco. Comenzó a practicar el deporte el año pasado, porque la caza es un pasatiempo de su familia, y continuó su práctica porque lo relaja. En noviembre, pasó las tensas horas antes del anuncio del Jugador más Valioso en un campo de tiro con su agente de más de seis años, Diego Bentz, quien está con nosotros este día para hacer de facilitador de la comunicación y protector. Pero las cosas están yendo muy bien. Incluso sorprendí a Cabrera anteriormente con mi español, un poco cortado pero excelentemente pronunciado. ("Mi español es basura".) Parecía confundido, así que le expliqué: Adquirí el inglés de chico, y cuando hablas con fluidez múltiples idiomas desde temprana edad, puedes perfectamente pronunciar en cualquier idioma. Asintió en concordancia.
Luego de varias rondas, Cabrera me extiende su arma. Entonces se esconde junto a un banco en la parte de atrás. "Nos va a matar", advierte.
Y puede que tenga razón. Levanto el pesado arco y dejo ir la flecha al ver a un lobo.
THUD.
"¿A dónde se fue?" grita un empleado. No tengo idea de a dónde se fue. Nadie la tiene. "¡No pueden encontrar tu flecha!", aúlla Cabrera. Pasarían varios minutos antes de que el staff de cuatro empleados del campo de tiro la encuentre, en la parte de arriba de una pared trasera. "¡Busquen la escalera!" Eso es vergonzoso. "Buen trabajo", dijo Cabrera, luego de parar de reírse.
AL IGUAL QUE EL CAMPO DEL TIRO CON ARCO, Islamorada Fish Company es un lugar cómodo para Cabrera. El personal sabe que le tiene que proveer una mesa de esquina donde nadie lo pueda molestar. El plan, organizado con los representantes de Cabrera, es hacer la entrevista mientras se den las cosas: Si no lo está sintiendo, la detenemos, hablamos un poco extraoficialmente. Pero Cabrera está cómodo con nuestro primer tema.
"Me encantan las películas" dijo. "Todo comenzó cuando conocí a mi novia en Venezuela". Esa muchacha, ahora su esposa, Rosangel, tenía 13 años en ese entonces. Los adolescentes tenían la mayoría de sus citas en el cine, y seis años después de que se conocieron, Cabrera, para ese entonces un Marlin, regresó a Venezuela a reclamar a la única mujer que ha amado. "Como éramos tan jóvenes", dijo Cabrera, "a su familia no le gustó. Pero nosotros dijimos, 'Esto es lo que queremos'". Miguel y Rosangel se casaron por la iglesia, "y cuando regresamos a los Estados Unidos", continuó, "íbamos a ver cualquier película. Y compramos algunas películas". Traducción de "algunas": 1,000 DVDs. A Cabrera le encantan las comedias. Rosangel prefiere las de miedo. "Termino con sueños malos", comentó. "Como con Se7en -- Dios mío, eso da miedo".
Los Cabreras tienen tres hijos: Christopher, 1; Isabella, 2; y Rosangel, 7, a quien todos llaman Brisel. "Cuando Brisel nació, yo tenía 22 años". Se ríe. "Estaba tan emocionado de jugar con ella". Si hay algo que Cabrera hace mejor que jugar al béisbol, es tener la hora de jugar. Eso incluye años de los "entrenamientos de acondicionamiento" en broma con el hijo de Dombrowki, Landon, ahora de 13 años, "béisbol de papel" con sus primos bebés y, en el sur de Florida, baloncesto con los chicos del barrio. Pero un parque sobresale del resto. "En Venezuela siempre hablábamos de Disney World", dijo. "Ahora voy cada vez que tengo la oportunidad -- es un sueño hecho realidad". Cabrera no puede contar la cantidad de veces que ha visitado el parque, pero sus compañeros de equipo dicen que es mucho, y que en ocasiones los arrastra con él. Compra sus propias camisetas de Mickey y espera en línea como todo el mundo. "En Disney puedes hacer de todo", dice, aún con asombro. "Muy divertido".
Los Tigres tenían razón; Cabrera es un niño grande. Y a los chicos les gusta compartir entre ellos. "Están felices", dice. "Te hacen feliz". Y quizás lo más importante para Cabrera, sus intenciones se entienden con facilidad. "Ellos siempre dicen la verdad", dijo. "No es así con los adultos. Cuando creces, la gente no habla con la verdad. Uno lo ve, cuando confías en la gente, los ayudas". Entonces continuó, "Ellos hacen algo malo". Cabrera no estaba agitado cuando lo dijo y, en este momento, parecía hablar de una letanía de traiciones, el tipo que tienen cuando eres joven, famoso y precavido. La confianza es un tema al que Cabrera regresa con frecuencia. La confianza, insiste, es el porqué su círculo íntimo se limita a amistades de antaño de Maracay. Y la confianza, o más bien la falta de, es la razón por la cual, cuando Cabrera dé su último swing por dinero, regresará allí.
José Miguel Cabrera fue criado en un pequeño hogar con un solo baño, una cocina y dos habitaciones en una comunidad de cinco casas donde vivía la familia extendida. Cabrera dormía con su hermana menor, Ruth, pero prefería estar la mayor parte del tiempo con un alborotoso grupo de amigos quienes se lanzaban puños en el diamante y que llamaban a Cabrera "cabeza de tren" por su cabeza grande. A Cabrera le disgustaba que lo llamaran así pero sabía que "si te enfadas, te llamarán así todos los días. No puedes demostrarlo".
El joven Cabrera aprendió a embotellarse sus pensamientos, y el más adulto no es muy distinto que digamos. Sus padres, dice, están divorciados. Su padre, Miguel, manejaba un auto shop. Su madre, Gregoria, era una veterana del equipo nacional de softbol pero dejó el entrenamiento de su hijo en manos del tío de él, David Torres, un exjugador de béisbol de las ligas menores. Cabrera tenía 15 años cuando acudió a una prueba para Louie Eljaua, para ese entonces un cazatalentos para los Marlins. Impresionado con el fildeo del muchacho, su brazo como cañón y el bateo cargado, Eljaua llamó al director de los cazatalentos, Al Avila, quien viajó a Venezuela para ver a Cabrera jugar antes de llamar a su jefe. "Este muchacho es un talento especial', Avila le dijo al que para ese entonces era el gerente general de los Marlins, Dave Dombrowski.
A los 16 años Cabrera firmó con los Marlins por $1.8 millones. Con 20 años conectó un jonrón que dejó sobre el terreno al equipo contrario en su debut en las Grandes Ligas. Cuatro meses después de eso, se encontraba en su primera Serie Mundial, enfrentándose a Roger Clemens. Fiel a sí mismo, el Rocket comenzó con lanzar una recta cerca de la barbilla de Cabrera. El muchacho se le quedó mirando a la leyenda y luego se acomodó para hacer lo que le correspondía, con dos strikes haciendo swing, otra bola y dos fouls antes de eventualmente mandar a volar a la pelota sobre la pared del jardín derecho. "Aún me saca una sonrisa", recuerda Mike Redmond, su antiguo compañero de equipo y el actual manager de los Marlins. "Miré a Jeff Conine y dije, 'Este muchacho no le teme a nada' ".
Cuando le pregunté a Cabrera si tuvo miedo al enfrentarse a Clemens, se encogió de hombros y dijo, "No". Ok, entonces argumenté, "¿Cuál es tu mayor miedo en la tierra?"
"Las personas. Uno no puede confiar en la gente".
Le pregunté a Cabrera si había sido traicionado por alguien en particular. Bentz dio una mano: "Cuando Miguel se subió al avión para ir a los Estados Unidos, es un muchacho con un nuevo idioma, una nueva cultura, una nueva presión. Entonces gana la Serie Mundial. Ahora todo el mundo quiere algo, aquí y en Venezuela. Miguel es leal. Espera lo mismo de los demás". Cabrera no elabora, excepto para decir que, para él, "el béisbol fue fácil. El afuera es la parte difícil".
Cuando Cabrera llegó a los Estados Unidos, compartió un apartamento en Florida con cinco jugadores latinoamericanos de la Clase A. Para ese entonces, "No hablaba inglés -- cero. No puedes hacer nada porque no puedes ir a lugares donde tienes que hablar. Sales a comer y comes lo mismo: Burger King, un número tres. Ellos preguntan, '¿Papas fritas?' Dices que sí". Primero se anotó en clases de inglés. Luego se devoraba los periódicos por el consejo de Adrián González, su compañero de cuarto como novatos. "La gente se burlaba de mí porque decían que solamente miraba las fotos", dijo, "pero aprendí a ver las palabras que decían".
Pero mientras Cabrera se acostumbraba y estaba más cómodo con el idioma, al igual que los oídos indulgentes de sus compañeros de equipo, él era rechazado por los Marlins. En diciembre del 2007, luego de su quinta temporada con el club, él recuenta en un tono bajo, "Estaba manejando y el gerente general y el manager me llaman y me dicen que fui cambiado a los Tigres. Pregunté, '¿Por qué?" Yo no me quiero ir. Me quiero quedar. Me siento cómodo'. Ellos dijeron que así funcionaban las cosas". A Cabrera le terminaría encantando Detroit -- no el frío, pero los "humildes valores" de la organización y de los locales. Pero esa incomodidad con las reacciones a sus problemas con el inglés aún lo ponen nervioso. Por lo cual, aunque su inglés es bueno, la desconfianza lo mantiene callado. "Si digo algo mal, es un gran tópico en Twitter".
Bentz ayuda nuevamente. "Este receso de temporada es distinto", dijo. "Mucha gente lo rodea. Tienes que tener cuidado".
YO REPETÍDAMENTE LE OFREZCO a Cabrera un tiempo pedido de cortesía. En cada ocasión me responde con un "Estoy bien". Falta una hora antes de que pidamos almuerzo, y cuando le llegó la comida -- un mero con una papa asada -- la ignoró, y no por un problema de peso. Cabrera se ríe ante nuestra obsesión con el peso. "¡Cuando me dicen gordo por estar en las 255 libras, y peso más que eso, y cuando dicen que rebajé 25 libras!" ('Pequeño Gordito', como le dice Leyland, pesa 268 libras ahora, y a su manager no le molesta eso.)
En varias ocasiones, Cabrera y yo congeniamos sobre las similitudes de nuestras historias. Cuando los Alipours se fueron de Irán para irse a los Estados Unidos, fuimos a Disneyland cada vez que pudimos, y en esos primeros años, comíamos solamente en un lugar -- Burger King. Mi empatía parece confortarlo, pero realmente no necesita mucho ánimo. "Estoy tratando de que la gente me conozca más", dijo. De hecho, está ganándose una reputación en la liga de ser un parlanchín durante los juegos. Dice un lanzador abridor: "Desde el primer lanzamiento, está hablando: '¿Qué hay, quieres un base hit aquí?'" Añade un relevista: "Él tiene la mejor personalidad en el deporte". Y Cabrera lo pone a buen uso en las reuniones regulares con los prospectos latinos de los Tigres. "Hablo acerca de sus novias allá en sus casas", explica. "Yo digo, '¡sé un jodi#@ hombre! Si no trabajas duro, no consigues dinero, tu novia será feliz con otro hombre por allá!'"
"Después de esa reunión", añadió, "la mitad de los muchachos llamaron a sus novias y les preguntaron, 'dime la verdad, ¿qué estás haciendo?'"
Cabrera está envuelto ahora, nos estamos riendo tanto como hablamos. Pero hemos estado hablando por dos horas y tengo un último tema por discutir. Le informo acerca de las siguientes preguntas de la misma manera en que alerté a sus representantes: El preguntar por las cicatrices del objeto de un perfil es un procedimiento estándar, y quería discutir su altamente publicitada cicatriz, el abuso de alcohol. Más que un procedimiento estándar, los fanáticos saben muy poco acerca de Cabrera aparte de sus dos problemas legales relacionados con el alcohol.
En el 2009, en el medio de la carrera de los playoffs, estuvo detenido por un altercado con Rosangel, y cuando la policía le hizo una prueba, el nivel de alcohol en la sangre era de 0.26, más de tres veces el límite por ley. (La policía no lo pudo identificar como el agresor y ningún cargo fue levantado.) La mañana en que fue liberado, Cabrera encontró a Dombrowski esperándolo. "Continuamente estaba expresando lo arrepentido que estaba", relató el gerente general. "En ese momento, es amor duro. Uno sabe que tiene un problema. Uno lo ayuda. Pero todo tiene que comenzar con el jugador estando abierto a resolver cualquier problema que tenga. Estaba dispuesto a hacerlo".
Cabrera comenzó una consejería pero recayó en febrero del 2011. Según un reporte publicado por la oficina del procurador del estado de Florida, el problema comenzó en un restaurante en Fort Pierce, Florida, cuando Cabrera amenazó al personal. ("¡Los mataré a todos y volaré este lugar en pedazos!") Luego un agente de la policía encontró el auto de Cabrera echado hacia un lado en la carretera. Delante de los oficiales, Cabrera desafiantemente bebía de una botella de whisky, les gritó, "¡Váyanse a la mier#@! ¿Ustedes saben quién yo soy?", y provocaba, "Dispárame. Mátame". Les tomó entre "tres a cuatro rodillazos" para poderlo subir al auto. La policía levantó cargos contra Cabrera, quien se negó a realizar una prueba de alcohol, por conducir bajo la influencia del alcohol y resistir a los oficiales con violencia. Se declaró nolo contendere contra el cargo de conducir bajo la influencia del alcohol y el cargo por resistencia fue retirado. Fue sentenciado a probatoria y ordenado a pagar $1,436.23.
El muchacho con quien pasé el día no era el mismo del informe policial. Pero esos incidentes, y cómo resurgen, ayudan a aumentar su desconfianza en el mundo. Aparte de batear pelotas de béisbol, estos momentos son el prisma a través el cual mucha gente lo mira. Inclusive el otoño pasado, durante el tramo de los Tigres en los playoffs, se hizo mucho ruido acerca del recelo de Cabrera en asistir a la fiesta de le celebración del título de la División de Detroit a pesar de que champagne sin alcohol estaba disponible en el menú. Y esta primavera, los jefes de los Tigres han hablado con Cabrera por el manejo del tema.
Se ve sorprendido de que quiero hablar del tema. Yo estoy sorprendido de que él esté sorprendido. De todos modos abro paso y le pregunto acerca de la celebración por el título de la División: "Mi equipo me quería allí. Yo les dije, 'No se preocupen. No les tienen que dar razones para que escriban algo en los periódicos".
Luego le pregunto a Cabrera si puede manejar el estar cerca de alcohol. "Puedo estar cerca", me contesta. "Déjame decirte lo siguiente: "Cuando uno está allá en casa, en Venezuela, todo el mundo está bebiendo". A los venezolanos les gusta hacer parrilladas también. Cabrera regularmente es el anfitrión de parrilladas para sus amigos venezolanos. ¿Y qué con el alcohol? "Soy capaz de mantenerme fuerte y decir 'no'", dice. "No tengo problema con eso".
"¿Qué llevó a ese incidente del 2009?" pregunté. La pregunta agita a Cabrera. Bentz y él hablan en español. "Salí de fiesta, tuve un mal día en mi casa", dijo Cabrera finalmente. "¿Tú nunca te emborrachas?"
AP Photo/Jim MoneCabrera es conocido por sus bromas y sus habladurías en medio de los juegos.
Bentz había escuchado suficiente: "¿Qué es lo que estás intentando de unir aquí?"
"Estoy tratando de entender qué fue lo que llevó al incidente".
"El motor explotó", dijo Bentz. "Él estaba manejando y se averió el auto".
"Estoy hablando del cargo por conducir bajo la influencia del alcohol --"
"Ese es el incidente", interrumpe Bentz.
Mirando a Cabrera, le pregunto: "¿Es este un problema que resolviste?"
Bentz me pide que apague mi grabadora para una charla extraoficial. Cuando la vuelvo a encender, Cabrera simplemente dice, "Yo no bebo". La entrevista había finalizado, habían llamado al camarero. Leí las indirectas y le agradecí a Cabrera por su tiempo. "Gracias", murmulla.
SON LAS 7 A.M. La próxima mañana, me encuentro parado en frente del salón de pesas del Centro Comunitario Judío Michael-Ann Russell junto a Cabrera, Bentz y un tercer caballero, asociado del agente. Anoche tarde, me llegó la voz de que mi visita al hogar de Cabrera sería cancelada, no habría cena con su familia y hasta el mismo Cabrera no estaría disponible excepto por dos citas de observación, comenzando con su rutina de ejercicios a la mañana.
"Hola, Miguel", dije. Cabrera respondió con un hola sin contacto visual.
Tal vez lo presioné mucho, muy temprano. Tal vez Cabrera es un chico grande que recoge su bola y se regresa a casa cuando un visitante no quiere jugar de acuerdo a sus reglas. O tal vez ni siquiera eso. Reté a un hombre que detesta ser abochornado y posee un disgusto patológico hacia gente desconocida. Cabrera aceptó que entrara a su burbuja y ahora teme que malinterprete sus palabras, muy pocas de las cuales fueron acerca de su pasado con la bebida, y lo convierta en una historia acerca de su pasado con la bebida. "Por esto no acepto entrevistas," había dicho en nuestra conversación mientras almorzábamos. "Siempre preguntan lo mismo, es lo único que quieren saber". Tal vez está en lo correcto al dudar en lo que le vale el dejarnos entrar. Tal vez le va mejor siendo el toletero que es, con la esperanza de que sus habilidades en el campo harán que el resto de lo que ha pasado termine bajo en la lista de resultados del internet.
Nuestra última cita en el itinerario es la grabación de un anuncio comercial de ESPN en el nuevo Marlins Park para promover la cobertura de las Grandes Ligas de la cadena. Cuando Cabrera no está siendo dirigido en el terreno oscuro, el cual está abarrotado con ingenieros de sonido y el equipo de luces, se mantiene reservado -- haciendo pantomimas de su tiro brincado de baloncesto o susurrándole a Bentz. Entonces, a mitad de grabación, recibe una visita sorpresa de su viejo compañero de equipo, Redmond. Después de su charla, el capitán de los Marlins continúa sonriente. "Miggy siempre está en buen humor," dijo Redmond.
Después de la última toma en el vestuario una hora más tarde, terminamos. "¡Gracias, Miguel Cabrera!" exclamó el director. "Muchas gracias a todos" dice Cabrera mientras se dirigía a la puerta, dejando a Bentz y a su asociado detrás. Lo perseguí, con la esperanza de poder hablar con él, o de al menos despedirme, pero para cuando salí del abarrotado vestuario, Cabrera se encontraba a 30 yardas y moviéndose rápidamente por el túnel vacío. Cuando se acercó a la salida, giró y me miró fijamente a los ojos. Aguantó la mirada por varios segundos sin decir nada. Su rostro no reflejaba ninguna emoción. Para entonces, Miguel se había ido.
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